martes, 21 de abril de 2009

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Siempre que abro la puerta por la mañana, esta ahí muerta con los ojos abiertos mirándome, retando al letárgico paso del envejecido tiempo, el cuerpo de la felicidad que se murió de risa al verme solicitándola con ansia.

Unión interminable al sepulcro que me reclama, que me llama a veces a susurros, pero casi siempre a gritos: ¡anda y ven! Te estamos esperando, pues los convidados ansían un festín nuevo.

Solo espero ¿Qué espero? Creo que solo a encontrarme un día mas cansado que hoy, aunque no hay día que la espalda no me duela, que los huesos no me chillen por aceite, que mi alma no quiera escapar del cascarón de carne.

Anda, anda, ¡anda carajo! Que en tu puerta esta ya la lápida esperando a ser gravada, esperando a que te tomes 10 minutos de inconsciencia y humor negro y escribas ese epitafio solemne, para que un ocioso que pase por tu casa eterna se asome y con curiosidad lea: “aquí yace al que creyeron el hijo del porvenir, pero en realidad se trata del bastardo que murió de poesía”

Nada, nada y nada, ¿hasta donde nadar? Si la corriente no deja ni halarse de una piedra en el río, ni siquiera de la que golpeo con los huesos molidos. No seas imbécil, NADA, n a d a … no hay ni abra, no esperes, ni al rio ni a la piedra, porque simplemente ni ellos vendrán.

Alas rotas, ausencia, absorto, Alba, aurora, absoluta, ansiedad, y sigo sin saber cual es su nombre, ¿pero que objeto tiene saberlo, si me acabaron las letras.

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